El último ‘Thinkglao’ de la temporada, organizado por la delegación cántabra de la asociación juvenil It’s Time to Think, tuvo como protagonista a Silvia Gómez, presidenta de la Asociación Cántabra de Víctimas del Terrorismo (ASCANVITE). A los 18 años perdió a sus padres en un atentado de ETA en Santander. Desde entonces, ha construido su vida entre el recuerdo, el duelo y la defensa de la memoria. “Los etarras que asesinaron a mis padres fueron al entierro como periodistas. Llevaron una acreditación falsa, se mezclaron con los vecinos y luego, como no eran muy espabilados, dijeron ‘misión cumplida’ en voz alta. Alguien lo oyó y eso permitió su detención”.
Pero el acoso de ETA no quedó ahí. Durante un tiempo, Silvia comenzó a ver con frecuencia a un hombre muy alto: en la calle, en la parada del autobús, en el supermercado. “Mi marido me decía: ‘no estás bien, ves a un hombre por todas partes’. Y yo pensaba que era cosa mía”. Con el tiempo, descubrió que no era una percepción equivocada ni fruto del trauma: ese hombre existía, y era el hermano del sacerdote acusado de colaborar con los etarras. “Intentaba intimidarnos, a mí, a la hermana y a la novia de Antonio (la otra víctima del atentado). Y eso lo hemos vivido”, explicó. Años después, aún se pregunta por qué. “Cuando alguien hace eso, uno se pregunta: ¿para qué?”.
Con los años, su implicación en ASCANVITE le permitió transformar ese dolor en acción. La asociación, nacida en Cantabria, trabaja con víctimas del terrorismo, da acompañamiento, organiza actos de memoria y promueve una pedagogía del respeto. Este año, sus compañeros decidieron que fuera ella quien asumiera la presidencia. “Nuestra labor no es solo recordar. También es acompañar a quienes lo han vivido, enseñar a los jóvenes lo que pasó y construir una cultura democrática que no blanquee la violencia. Eso cuesta. Hay quien cree que las víctimas somos un símbolo, una excusa, o algo que ya pasó. Pero no. Estamos aquí. Seguimos aquí”.
En su intervención, Silvia Gómez no solo compartió su historia personal, sino que reflexionó con crudeza sobre el trato que han recibido las víctimas del terrorismo por parte de las instituciones y de la sociedad. En su caso, sí percibió apoyo: “Siempre me he sentido respaldada, sobre todo por la sociedad y las fuerzas de seguridad del Estado”, señaló. Agradeció especialmente el acompañamiento emocional recibido en los días más duros, como el gesto de Isabel Tocino, entonces dirigente del PP, que permaneció junto a ella en el tanatorio tras el atentado: “No la conocía de nada, pero se quedó a mi lado. Acababa de perder a una hija. Nunca lo he olvidado”.
También reconoció que su situación no fue la norma. Muchas víctimas, recordó, pasaron años sin reconocimiento ni compensación. “Nosotros tuvimos suerte: mi padre tenía un seguro de vida, y después llegaron las indemnizaciones. Pero hay gente que sigue esperando”. Más que las ayudas, lo que le duele son los comentarios frívolos o crueles. “Una vecina me paró un día y me dijo: ‘Vaya suerte, os van a dar indemnización’. Le contesté: ‘Qué pena que tú valgas tan poco para tus hijos’”. Desde entonces, no volvieron a hablar.

Esa falta de respuesta institucional no se limita al momento del atentado, sino que se extiende a lo largo del tiempo. Muchas víctimas se enfrentan a un vacío posterior: sin acompañamiento, sin orientación jurídica, sin reconocimiento efectivo. “Hubo años en los que parecía que lo mejor era callar. Yo seguí haciendo mi vida y no dije nada. Prefería que no supieran. Porque o te miraban con pena, o con incomodidad, o con desconfianza”.
Silvia también lamenta la escasa presencia del terrorismo en los programas escolares. La educación, afirma, tiene un papel clave para que no se repita lo ocurrido. “No se enseña. La mayoría de los chavales no sabe lo que fue ETA. Piensan que es algo del pasado, que no tiene que ver con ellos. Pero no es verdad. La democracia que tenemos se sostuvo mientras ETA mataba. Y eso hay que entenderlo”.
“Las víctimas no pedimos venganza, pedimos dignidad. Y eso incluye que no se ensalce a quienes destruyeron vidas.” Silvia Gómez, presidenta de ASCANVITE
Durante la charla, una parte del público —joven en su mayoría— escucha con atención un episodio que no vivieron, pero que sigue marcando la historia reciente del país. Silvia lo sabe, y por eso insiste: el objetivo no es revivir el dolor, sino evitar el olvido. “Yo no quiero que nadie sienta lástima. Solo quiero que esto se sepa. Que se entienda lo que significa perder a alguien así. Que no se convierta en una anécdota”.
Con firmeza, Silvia Gómez denuncia los intentos de blanquear a quienes atentaron contra su familia y contra tantas otras. “Que un etarra dé charlas en una universidad es un insulto. ¿Qué clase de ejemplo es ese? Las víctimas no pedimos venganza, pedimos dignidad. Y eso incluye que no se ensalce a quienes destruyeron vidas”. Sus palabras no nacen del odio, sino del agotamiento de una vida marcada por la contención. “Desde el primer día me puse una máscara. Por fuera sonreía, pero por dentro solo pensaba en proteger a mi hermano”. Durante años, ocultó detalles del juicio y del proceso penal para no agravar el dolor de los suyos. “Mi familia ha sufrido muchísimo. Yo no me he dejado ver mal ante mis tíos, porque ellos también perdieron a un hermano y a una hermana. Y sé que, si yo caía, caíamos todos”.
En 2015, cuando recibió la noticia de que uno de los asesinos —ya en libertad— comenzaba a reaparecer en actos públicos, decidió escribirle una carta. “Fue como vomitar todo lo que había callado. Le dije: ‘Tú has tenido la oportunidad de vivir y de hacer tu vida. Hazla, pero déjanos en paz’. No quiero verte en ninguna parte. No me apetece. Bastante tenemos con lo que cargamos”.
“Hemos prescindido de millones de abrazos en 33 años. Tener padres es tener casa. Nosotros perdimos todo eso.” Silvia Gómez, presidenta de ASCANVITE
Silvia se ha acostumbrado a vivir con ese dolor de fondo. Con el hueco de lo que no fue. “Hemos prescindido de millones de abrazos en 33 años. Todos tenéis padres. Tener padres es tener casa, es tener un sitio al que volver. Nosotros perdimos todo eso”. Su vida, dice, ha sido una forma de proteger: a su hermano, a su familia, incluso a sí misma. “Es mi mecanismo de defensa. Y es lo que me ha permitido seguir adelante”.
La intervención de Silvia Gómez fue recibida con aplausos cálidos y continuados. La jornada, aun siendo en un ambiente distendido, sirvió para acercar a muchos jóvenes a una realidad que no vivieron, pero que sigue teniendo consecuencias. Más allá del testimonio, quedó la impresión de que recordar no es mirar atrás, sino comprender lo que costó llegar hasta aquí y asumir la responsabilidad de no darlo por hecho.
