Santander lleva años enfrentándose a un enemigo silencioso y recurrente: las inundaciones urbanas. Barrios como El Sardinero, Corbanera y el polígono de Elegarcu han visto sus calles transformadas en canales improvisados cada vez que cae una tormenta. Lo alarmante es que estas anegaciones no requieren lluvias torrenciales: basta con precipitaciones que no superan los 20 litros por metro cuadrado para que la ciudad colapse. Con este panorama, una pregunta inquietante toma forma: ¿qué ocurriría si Santander fuera azotada por una DANA como la que devastó Valencia?
Una DANA —Depresión Aislada en Niveles Altos— no es una simple lluvia fuerte. Se trata de un fenómeno meteorológico extremo capaz de descargar, en apenas unas horas, el equivalente a un año entero de lluvia. El año pasado, la Comunidad Valenciana vivió una de las catástrofes climáticas más severas de las últimas décadas. Más de 232 personas perdieron la vida, miles fueron desplazadas de sus hogares y pueblos enteros quedaron bajo el agua. La tragedia no solo se debió a la fuerza de la naturaleza, sino también a la falta de previsión institucional: las alertas llegaron tarde y la ciudadanía no tuvo tiempo de reaccionar.
El caso de Santander resulta especialmente preocupante si se compara con esta situación. Actualmente, la ciudad sufre inundaciones recurrentes incluso durante lluvias moderadas. Los sistemas de drenaje están obsoletos, las alcantarillas rebosan con facilidad y los vecinos no solo pierden bienes materiales, sino también calidad de vida. Las infraestructuras urbanas se ven desbordadas, el tráfico se convierte en un caos y muchas zonas quedan literalmente intransitables. Y todo esto, sin que haya ocurrido todavía una DANA en la región.
El Ayuntamiento de Santander, en conjunto con el Gobierno de Cantabria, ha comenzado a tomar medidas. Se han identificado los llamados “puntos negros” —áreas de mayor riesgo de inundación— y se han destinado casi un millón de euros para reforzar el sistema de drenaje. Proyectos en barrios como Corbanera, Candina o Elegarcu contemplan la instalación de redes separativas de aguas, mejoras en los colectores y canalizaciones que desembocan en el arroyo La Regata.
Sin embargo, muchos se preguntan si estas inversiones llegan a tiempo y, sobre todo, si serán suficientes. Expertos como Domingo Rasilla, profesor e investigador en la Universidad de Cantabria (UNICAN), advierten: “No tenemos tan claro qué pasará con la lluvia, aunque hay indicios de un mayor número de episodios torrenciales junto a periodos más largos de días secos”. Estas palabras reflejan el reto al que se enfrenta no solo Santander, sino muchas ciudades costeras del norte peninsular: adaptarse a un clima cambiante y cada vez más impredecible.
El fenómeno de la DANA está directamente relacionado con el cambio climático. Las temperaturas del Mar Mediterráneo y del Atlántico están en aumento, lo que genera más evaporación y humedad en la atmósfera. Cuando estas masas de aire cálido y húmedo chocan con bolsas de aire frío provenientes del norte, se producen tormentas extremas. Y según los meteorólogos, estos episodios serán cada vez más frecuentes e intensos.
La experiencia de Valencia deja una lección que Santander no puede ignorar: no basta con arreglar tuberías. Es fundamental fortalecer los sistemas de alerta temprana, implementar protocolos reales de evacuación, mejorar la educación y conciencia climática entre los ciudadanos, y apostar por infraestructuras verdes que ayuden a absorber el agua de lluvia —como parques inundables, jardines filtrantes y techos verdes—.
Las DANA ya no son un fenómeno raro ni exclusivo del sureste español. Son parte de una nueva realidad climática que exige respuestas integrales. Y Santander, con su vulnerabilidad evidente, debe actuar antes de que la lluvia deje de ser una molestia para convertirse en una tragedia.