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Los 10 pueblos de Cantabria para escapar de los planes de siempre esta Semana Santa

Mogrovejo | Foto: Cantabria Turismo

“Infinitos son tus valles, infinita es mi Cantabria, infinitas son mis ganas de abrazarte cuando faltas. La tierruca más bella que pude encontrar”. Así reza el estribillo de la canción de 4 de copas: ‘Cantabria Infinita’. Y es que, a veces, basta con perderse por una de sus carreteras secundarias para entender esa sensación que describe la canción. En esta tierra de montañas, mar y tradiciones; los paisajes no son solo vistas bonitas; son una melodía que susurra al oído lo infinita que es Cantabria. 

Y es que la Semana Santa es la excusa perfecta para adentrarse en sus rincones más ocultos, descubrir sus miradores, perderse en sus sendas y camberas y, sobre todo, dejarse envolver por su espíritu indomable y acogedor. A continuación, te llevaré de la mano a diez de los pueblos más bonitos de Cantabria, esos que se sienten en el viento, esos que te llaman a explorar más allá de las rutas turísticas habituales. Destinos que combinan naturaleza, tranquilidad y aventura para que tu escapada sea inolvidable.

1. Liérganes: donde las leyendas bajan del monte y se zambullen en el río

Cuentan por estos valles que hubo un hombre que nadó de río en río hasta perder la memoria. Se llamaba Francisco de la Vega y en 1674, tras sumergirse en el Miera, apareció —dicen— cinco años después en las aguas de la bahía de Cádiz. Desde entonces, se le conoce como el Hombre Pez y su historia, mitad fábula, mitad misterio, sigue latiendo en el corazón de Liérganes. A orillas del puente viejo, donde aún suena el rumor del agua, el antiguo molino de Mercadillo alberga el centro de interpretación que recoge todos los ecos de esta leyenda.

Liérganes | Foto: Turismo de Cantabria

Más allá del mito, Liérganes es una de esas joyas que parecen ajenas al paso del tiempo. Con poco más de 2.000 habitantes, su casco antiguo —declarado conjunto histórico-artístico en 1978— conserva la esencia de la Cantabria montañesa: fachadas de piedra, balcones floridos y una arquitectura popular que se mezcla con edificios señoriales como el Palacio de Rañada o el Palacio Museo de Elsedo, que abre sus puertas a quienes buscan arte entre muros centenarios.

Situado a orillas del río Miera y rodeado de montañas, este pueblo es también punto de partida para los amantes del senderismo. Desde la Plaza Mayor, las rutas se abren paso hacia los montes que envuelven el valle, como el camino hasta el mirador de los Pinos, desde donde se contempla una panorámica excepcional del entorno. Otra opción menos transitada es la subida a la Cueva del Marqués, un sendero breve pero con recompensa visual.

Y para quienes buscan tranquilidad y naturaleza en estado puro, el Monte Candina, aún poco conocido por muchos viajeros, ofrece una caminata corta entre bosques y vistas abiertas al valle. Aquí, cada paso se acompasa con el rumor del río, el canto de los pájaros y el eco de historias antiguas que siguen flotando entre la bruma.

2. Santillana del Mar: la villa que desmiente sus propias mentiras

Se suele repetir que Santillana del Mar se construye sobre tres mentiras: ni es santa, ni llana, ni tiene mar. Pero basta detenerse un momento para descubrir que el lema no hace justicia. El mar sí forma parte de su término municipal, la imponente Colegiata está consagrada a Santa Juliana —mártir del siglo III— y la orografía, en cuanto a lo de “llana”, depende de a quién se le pregunte.

Santillana del Mar | Foto: Turismo de Cantabria

Considerado uno de los pueblos más bonitos de España, Santillana del Mar seduce por su extraordinaria conservación. Pasear por sus calles empedradas es como abrir una novela histórica: casonas blasonadas, balcones floridos, piedra antigua. El casco histórico se despliega alrededor de la Colegiata de Santa Juliana, una joya del románico que dio origen a la villa y que sigue marcando su pulso.

Pero Santillana no es solo piedra y postal. Para quienes buscan caminar entre naturaleza, el entorno ofrece senderos suaves y verdes. A poco más de dos kilómetros se encuentra la Cueva de Altamira, conocida como la «Capilla Sixtina del arte rupestre». El sendero que lleva hasta allí —el Camino de la Cueva de Altamira— permite una caminata fácil y agradable, atravesando un paisaje de campiña que armoniza con el perfil medieval de la villa.

Sartre la definió como el pueblo más hermoso de España. Unamuno la llamó “villa envuelta en prestigio literario”. Y entre las torres de Don Borja, la Casa Quevedo y las meriendas con leche fresca, parece que el tiempo aquí no avanza: simplemente se posa.

3. Castro Urdiales: mar y montañas en armonía

Castro Urdiales, conocida históricamente como Flaviobriga, fue una importante ciudad romana que dejó huella en la región. Su puerto, que sigue siendo uno de los principales de Cantabria, ha sido testigo de siglos de actividad pesquera y naval. En la Edad Media, el municipio floreció bajo la protección de la iglesia, como lo demuestra su imponente iglesia de Santa María, un ejemplo claro del estilo gótico con influencias del mar. El puerto, aún hoy en funcionamiento, sigue siendo el corazón del pueblo, donde el ambiente marinero se respira en cada rincón. Además, Castro Urdiales fue testigo del paso de los señores medievales y se convirtió en un emblema del renacer urbano tras las épocas de invasiones vikingas.

Castro Urdiales | Foto; Cornisa Cantábrica

Pero más allá de su historia , lo mejor de Castro Urdiales se descubre al dejar atrás el núcleo urbano y seguir caminando. La senda costera entre Castro y Mioño, poco frecuentada por turistas, transcurre entre eucaliptales y acantilados, siguiendo parte del trazado del antiguo ferrocarril minero. A medio camino, el mirador de Cotolino, apenas señalizado, ofrece una vista espectacular de los acantilados escarpados que se zambullen en el mar. Más adelante, en Mioño, la ruta llega hasta el cargadero de mineral, una estructura oxidada suspendida sobre el agua que recuerda el pasado industrial de la zona.

Para quienes prefieran la montaña, existe otra opción menos conocida: el ascenso al Pico Cerredo, la cima más alta del entorno con vistas que se extienden desde la costa cántabra hasta las montañas del interior. Es una ruta algo exigente pero muy gratificante, ideal para caminantes que buscan algo más que un paseo.

4. Potes: la puerta de entrada a los Picos de Europa

En pleno corazón de los Picos de Europa, Potes se alza como una puerta de entrada al Parque Nacional de los Picos de Europa. Este pintoresco pueblo, atravesado por cinco puentes, es un remanso de paz y tradición, donde cada puente ofrece una perspectiva diferente del entorno. Las casas de piedra con tejados a dos aguas y las estrechas calles empedradas hacen de Potes un lugar encantador, lleno de historia y cultura. Aunque gran parte del pueblo fue arrasado por un incendio durante la Guerra Civil, el centro histórico ha sabido conservar su esencia medieval, con monumentos como la Torre del Infantado, que se alza como el gran emblema de la villa.

Potes | Foto: Wikipedia

Más allá de su casco antiguo, Potes es también un destino de montañas y senderismo. Para aquellos que buscan vistas espectaculares, el ascenso al mirador de La Viorna es una opción ideal. Desde este punto, se puede disfrutar de una panorámica de 360 grados que abarca tanto los valles de Liébana como los picos más altos de la cordillera cantábrica. La ruta hacia este mirador es algo más exigente, pero el esfuerzo se ve recompensado por las vistas que se despliegan ante los ojos del viajero.

Y para los que deseen un reto adicional, la ruta de ascenso al Pico Jano, a poco más de 10 kilómetros de Potes, ofrece un desafío aún mayor, pero con una recompensa aún más impresionante: una de las vistas más completas de los Picos de Europa.

5. Comillas: de pueblo ballenero a maravilla modernista

Comillas, antaño conocido por su tradición ballenera, se ha convertido en un refugio ideal para aquellos que buscan relajarse en un entorno donde la historia y la naturaleza se dan la mano. Con sus villas ajardinadas, el verde que rodea el municipio, sus playas y las vistas infinitas al mar Cantábrico, este encantador pueblo parece ser el escenario perfecto para un merecido retiro. Muchos turistas llegan hasta aquí buscando perderse en sus rincones arquitectónicos, y no es de extrañar, ya que Comillas es un verdadero tesoro de maravillas modernistas.

El principal responsable de este renacimiento arquitectónico es Antonio López y López, el primer marqués de Comillas. Hijo de una familia humilde que emigró a Cuba en busca de fortuna, este indiano regresó a su tierra con un inmenso capital que no dudó en utilizar para enriquecer su pueblo natal. En su afán por embellecer Comillas, no escatimó en gastos, trayendo a los mejores artistas del modernismo catalán. Entre los monumentos más destacados de su legado se encuentran la Universidad Pontificia, un conjunto de edificios y jardines que dominan la colina, obra de los arquitectos catalanes Joan Martorell y Lluís Domènech; el Palacio de Sobrellano, que construyó sobre su antigua casa y que ha sido testigo de la visita de personajes como el rey Alfonso XII; y, por supuesto, el Capricho de Gaudí, la joya del modernismo, con su singular arquitectura y sus coloridos azulejos que parecen sacados de un cuento.

Comillas es también el lugar perfecto para pasear con tranquilidad, disfrutando de su ambiente relajado. En la Plaza del Corro, con sus terrazas y edificios históricos, se respira una atmósfera de “dolce far niente” que invita a detenerse y disfrutar del entorno. Un paseo por el pueblo es como viajar a través del tiempo, donde cada rincón guarda la huella de un pasado lleno de esplendor y creatividad.

Y, para los amantes del senderismo, Comillas ofrece más que arquitectura. El sendero que conecta Comillas con la Playa de Oyambre, un recorrido sencillo pero lleno de encanto, lleva a los caminantes por un paisaje espectacular de acantilados y vistas abiertas al mar Cantábrico. Una ruta ideal para aquellos que deseen combinar la belleza natural con la calma que se respira en el pueblo.

Otro mirador menos transitado es el mirador del Monte Corona, que se encuentra un poco más alejado del centro de Comillas. Este mirador ofrece vistas panorámicas no solo del mar, sino también del interior de Cantabria, con una hermosa perspectiva de las montañas y los verdes valles que caracterizan la región. Es un lugar ideal para los que busquen paz y unas vistas ininterrumpidas sin el bullicio turístico habitual.

6. Vega de Pas: en pleno Valle de Villaverde

Vega de Pas es uno de esos rincones donde la tranquilidad se respira en cada esquina. Este pequeño pueblo montañés, enclavado en el corazón de la comarca de los Valles Pasiegos, es el destino perfecto para quienes buscan desconectar de la rutina y sumergirse en la serenidad de la naturaleza. 

Los alrededores de Vega de Pas ofrecen varias rutas de senderismo, perfectas para explorar la belleza natural de la zona. Una de las rutas más destacadas es la que lleva hasta el Mirador de Los Valles, un recorrido de dificultad baja que se adentra en un paisaje montañoso impresionante. Desde el mirador, se puede disfrutar de una panorámica única de los valles cántabros, con sus colinas verdes y los pequeños pueblos dispersos entre las montañas. Es un lugar ideal para relajarse y contemplar el silencio de la naturaleza, mientras el horizonte se extiende ante tus ojos.

Valles Pasiegos | Fuente: Naturea

Para los senderistas más experimentados, la ruta al Castro Valnera es una opción desafiante pero gratificante. Este ascenso, de dificultad media-alta, lleva hasta la cima de uno de los picos más emblemáticos de la zona, el Castro Valnera, que con sus 1.711 metros de altitud ofrece unas vistas espectaculares de toda la comarca pasiega. La ruta transcurre por prados y bosques, con paisajes cambiantes que van desde zonas más verdes hasta terrenos rocosos cerca de la cumbre. Al llegar arriba, se puede disfrutar de una panorámica impresionante.

Para aquellos que prefieren una caminata más corta, también existe la opción de explorar las rutas cercanas que recorren las orillas del río Pas o acercarse a los pequeños prados que rodean el pueblo, con vistas espectaculares de la cadena montañosa de los Picos de Europa en el horizonte.

7. Puente Viesgo: Termalismo, cuevas y sendas fluviales

Es fácil llegar a Puente Viesgo buscando un balneario, pero lo que no te esperas es la riqueza natural y arqueológica que esconde este rincón del valle del Pas. A orillas del río, puedes iniciar la Vía Verde del Pas, una ruta sencilla pero muy gratificante que sigue el trazado de un antiguo ferrocarril, cruzando túneles y puentes en un entorno de vegetación exuberante.

Puente Viesgo | Foto: Adobe Stock

Pero si buscas algo más vertical, sube al Monte Castillo, donde te esperan las cuevas de El Castillo y Las Monedas, Patrimonio de la Humanidad. Más allá de las pinturas rupestres, el mirador del Monte Castillo te regala una panorámica imponente del valle pasiego. Y si aún te queda energía, el sendero hacia la peña del Monte Castillo ofrece una caminata entre encinas, robles y el eco de historias prehistóricas con unas espectaculares vistas hacia el valle.

8. Cabezón de la Sal: entre montañas y valles

Este pueblo es un lugar lleno de encanto, con una gran oferta de rutas de senderismo. Uno de los principales atractivos de Cabezón de la Sal es el Valle de Peñalabra, perfecto para hacer senderismo, especialmente en primavera, cuando los campos se llenan de flores. Además, el mirador de la fuente de la Teja es ideal para disfrutar de un paisaje único.

Aparte de sus rutas naturales, Cabezón de la Sal también es hogar de un poblado cántabro reconstruido, que permite viajar en el tiempo para descubrir cómo vivían los cántabros en la época prerromana. Este poblado es una ventana al pasado y ofrece una experiencia educativa para todas las edades, con sus casas de piedra, calles empedradas y una demostración de las costumbres ancestrales. Un recorrido que conecta el presente con la historia, mostrando el modo de vida de nuestros antepasados.

Además, Cabezón de la Sal es el punto de partida de uno de los eventos más emblemáticos de la región: los 10.000 del Soplao, una de las pruebas de mountain bike y ultratrail más duras de Europa. Por lo que las rutas senderistas que podrás encontrar son muchas.

9. Mogrovejo: un rincón escondido en los Picos de Europa

La comarca del Liébana está salpicada de pequeños pueblos llenos de historia y encanto,Mogrovejo es uno de esos pequeños paraísos escondidos en los Picos de Europa. Declarado conjunto histórico-artístico, este diminuto pueblo cántabro enamora por su arquitectura tradicional y su entorno natural imponente. Su torre medieval, la iglesia del siglo XVII y el conjunto de casas populares lebaniegas están tan bien conservados que parece que el tiempo aquí se haya detenido. No en vano ha sido reconocido como Bien de Interés Cultural.

Mogrovejo | Foto: Shutterstock

El paisaje que lo rodea es de postal. Tanto, que fue elegido como localización para la película Heidi, la reina de las montañas. Aunque la producción nunca llegó a estrenarse, sí dejó claro que este rincón podía competir sin despeinarse con los valles suizos. Hoy, menos de medio centenar de vecinos custodian esta joya en la comarca de Liébana, al pie del Macizo Oriental de los Picos de Europa.

Además de su belleza y tranquilidad, Mogrovejo es un excelente punto de partida para hacer senderismo. Muy cerca se encuentra el Museo de la Escuela Rural, donde es posible asomarse al pasado cotidiano de esta zona montañosa. Desde el mismo pueblo parte una ruta corta pero espectacular que conduce al Mirador de la Vega de Pas, uno de esos balcones naturales desde los que el paisaje se despliega en todo su esplendor. Un paseo fácil, rodeado de naturaleza en estado puro, que recompensa con una panorámica inmejorable de los valles y montañas cántabras.

10. Santoña: entre dunas y marismas

Para los que buscan el mar sin renunciar a la naturaleza salvaje, Santoña es una apuesta segura. Este enclave marinero no solo es célebre por sus anchoas, sino también por el Parque Natural de las Marismas de Santoña, Victoria y Joyel, una de las reservas ecológicas más importantes del norte de España. Aquí, el Cantábrico se mezcla con los humedales y da lugar a un ecosistema perfecto para observar aves, pasear o pedalear entre juncos, canales y cañaverales.

Faro del Caballo | Foto: Refugio Natura

La combinación de mar y montaña se completa con rutas de senderismo que suben hasta cumbres como el Monte Buciero, coronado por antiguos fuertes y faros como el famoso ‘faro del caballo’. Pero también hay caminos más tranquilos: una de las rutas más accesibles y pintorescas es la senda del río de Santoña, un recorrido sencillo que serpentea entre marismas, reflejos verdes y silencio salado.

Desde el mirador de la playa de Berria, el mar Cantábrico se muestra en su versión más majestuosa, sobre todo al atardecer, cuando la luz se cuela entre los acantilados. Es, sin duda, uno de esos lugares que invitan a quedarse un rato más, ya sea cámara en mano, con los prismáticos colgados del cuello o simplemente mirando cómo rompe la ola.

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Mogrovejo | Foto: Cantabria Turismo