Santoña y su esencia no pueden entenderse sin la pesca, una relación tan antigua como las mareas que besan su costa. No es simplemente un vínculo económico o laboral: es un símbolo de identidad, una manera de mirar el mundo o, como dice José Luis Cañarte Bravo, antiguo pescador de la cofradía: “una forma de vida”.
Sin embargo, al pensar en la pesca, la mente suele dirigirse de inmediato al pescador tradicional y al canto de los primeros barcos que zarpan al alba. Es una labor marcada por el esfuerzo, que aleja a los hombres de sus familias durante días, semanas o incluso meses. No obstante, existe otra tarea, mucho más silenciosa pero igualmente indispensable, que encarna otra dimensión del vínculo con el mar: la del cuidado, la paciencia y la reparación. Esa labor pertenece a las rederas.
Las rederas de Santoña representan una tradición esencial en la industria pesquera de Cantabria. Estas artesanas, en su mayoría mujeres, se dedican al montaje y la reparación de las redes de pesca, una labor minuciosa que garantiza el buen desarrollo de las faenas marítimas. Sin embargo, este oficio se enfrenta a uno de los problemas más serios que acechan a los trabajos que se alejan de la mecanización: la falta de relevo generacional.

Muchas hijas de rederas, aunque admiran profundamente a sus madres y abuelas, eligen caminos profesionales fuera del puerto. Elvira Larrañaga, redera de la Cofradía de Nuestra Señora del Puerto de Santoña, lo explica con sencillez: “Es una herencia familiar. Antiguamente, las hijas de los armadores bajaban a las bodegas desde pequeñas y aprendían a coser. A algunas les gustaba y se quedaban, como yo; a otras no, y seguían estudiando. Hoy en día, son mayoría las que toman otro rumbo”.
José Luis Cañarte: «Sin ellas, no somos nada. La pesca no puede entenderse sin llegar al puerto y contar con la ayuda de las rederas, siempre dispuestas a colaborar»

Para intentar revertir esta tendencia, en enero de 2023 la Consejería de Pesca del Gobierno de Cantabria, en colaboración con las Cofradías de Santoña y Colindres, puso en marcha cursos de iniciación al mantenimiento de artes y aparejos de pesca. Con una duración de 64 horas, estos programas pretendían formar nuevas generaciones en las habilidades necesarias para ejercer este oficio. La respuesta fue positiva: una treintena de participantes, hombres y mujeres, mostraron interés. Pero el problema va más allá de los números.
Elvira Larrañaga: «Trabajo todos los días. No existen máquinas que puedan coser esto. El zigzag del hilo se realiza pieza por pieza»
Larrañaga y sus compañeras han visto cómo cambia el modelo laboral, mientras ellas siguen con la misma metodología artesanal. “Cambia el estilo, pero no el método. Todo esto se debe a que la mar también ha cambiado con los años”, añade con firmeza, destacando que la esencia del trabajo sigue siendo la misma, a pesar de los avances tecnológicos en otros campos.

A su vez, Elvira señala un giro estructural más amplio en el sector: un paso de lo familiar a lo empresarial. “Últimamente traen artes ya tejidas desde Tailandia o Indonesia, porque aquí no damos abasto. Antes todo era más cercano, más de casa. Ahora hay jerarquías, empresas, exportaciones…”.
A pesar de todo, en Santoña el cariño y el respeto hacia las rederas sigue siendo palpable. En marzo de 2020, el Ayuntamiento les rindió homenaje oficial al colocar una placa con la nueva denominación de la plaza ubicada en la calle Lino Casimiro Iborra. Esta iniciativa, liderada por la Concejalía de Obras, fue mucho más que un gesto simbólico: fue un reconocimiento público a las mujeres que, con aguja y red, han sostenido durante generaciones el alma marinera del pueblo.
Alianza para la dignificación de la profesión
La falta de reconocimiento oficial y los desafíos laborales han sido problemas persistentes para las rederas. Su oficio ha sido históricamente subestimado y carecía de los beneficios laborales que otras profesiones sí poseen, como una jubilación anticipada o pensiones dignas.
En marzo de 2025, un avance importante ocurrió cuando rederas de varias comunidades pesqueras del norte de España —Galicia, Asturias, Cantabria y País Vasco— firmaron una alianza para mejorar sus condiciones laborales e impulsar medidas socioeconómicas.